lunes, 19 de abril de 2010

Los Planetas publican nuevo disco

Si J fuera boxeador, no sería el más técnico ni el más fuerte, ni siquiera el mejor, pero pobre del que se le pusiera delante. Si Los Planetas fueran un coche, serían un fórmula uno con alerones imposibles y punta de velocidad fuera de toda lógica. Si fueran una ciudad, serían México D. F., voluptuoso y torrencial e inabarcable. Si Los Planetas, en lugar de ser Los Planetas, fueran otra banda, en otro país, en otro tiempo... hablaríamos de ellos con idéntica vehemencia, consideración y respeto. ¿Flamenco electrónico tocado en lectura rock? Sí. ¿Fusión, mestizaje? No rotundo Una ópera egipcia es otro paso de gigante en la incursión de los de Granada en ese everest patrio llamado flamenco. Su particular forma de remontar el río Congo en busca del Coronel Kurtz. Escuchado muchas, casi tantas veces como merece una obra de su magnitud oceánica, de su densidad épica, su octavo trabajo resulta deslumbrante. Más allá de La Leyenda del espacio, su primer salto mortal en su aproximación al flamenco, es un disco complejo pero también más abierto a la psicodelia que su predecesor. El disco arranca con un tango como La llave de oro, pivota sobre una sevillana como La Veleta -con la voz de La Bien Querida, sitiada por sintetizadores, en plena forma- se acerca a unas romeras en Una corona de estrellas o adapta una colombiana, como en Soy un pobre granaíno. Pero esa relectura de palos flamencos tiene su contrapunto en una parte del disco fronteriza con la psicodelia: No sé cómo te atreves, también con La Bien Querida, es ya un disparo de adrenalina noise-pop y Una corona de estrellas y Siete faroles otros hits inmediatos, a la altura de cualquiera de los muchos que jalonan su discografía. Pero hay más, mucho más; el Romance de Juan de Osuna, homenaje nada secreto a Manolo Caracol en su centenario, agita el flamenco más doliente con quizá lo único que podría, ahora lo sabemos, multiplicar su efecto: la distorsión de unas guitarras bien afiladas. Señora de las alturas, unas alegrías de Manuel Vallejo, y Atravesando los montes, una malagueña, son otros dos temas ejemplares. Antes del final, La pastora divina, con Antonio Arias, que también contribuye con el bajo en Siete faroles, y Enrique Morente. El disco muere en Los poetas, casi diez minutos de tensión y tinieblas que merecen un espacio propio junto a La caja del diablo o La Copa de Europa. Estremecedor.
Un pequeño avance.

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