José Carlos de Luna
Extramuros, 2007 (1ª ed. 1926)
De la reedición que Extramuros viene realizando de algunas obras imprescindibles en los orígenes de la flamencología, encontramos este libro para poder extraer algunas conclusiones sobre el flamenco que se respiraba en la época, y al que han hecho referencia casi todos los investigadores en algún momento de su trayectoria. Merecen reseña las siguientes apreciaciones:
José Carlos de Luna plantea la caña como un cante brioso pero monótono, el polo es su hermano menor, y nos habla de un medio polo, que de acuerdo con sus palabras, se mueve en un ámbito medio y se remata con una soleá corta.
Emparenta la petenera con las soleares identificando su ascendencia en el Punto de la Habana y la canción popular del Paño Moruno, aunque esto último no sabemos lo que es.
Separa con claridad la seguiriya gitana y la saeta de la seguidilla castellana, tan en boga durante el S. XVIII.
Sitúa en Cádiz los ‘’antiguos’’ tangos, caracoles, guajiras y bulerias. En los tangos también incluye los tanguillos y en los caracoles, los mirabras. Declara la serrana como un derivado de la caña. Y las caleseras, que a día de hoy no se sabe cómo eran, aunque por su estructura métrica, bien podían ser livianas.
Pasa por el cante de levante de puntillas y utiliza una bonita definición para las bulerias: “cante con picardía de tango y humos de soleares”.
Emparenta los Cantes de trilla o trilleras con las nanas. Y pese a que anuncia que existan los fandangos personales, solo reconoce el verdial de los lagares, y el de Álvaro, realzando el de su amigo Pérez de Guzmán.
En definitiva, a día de hoy un libro gracioso, entretenido, sin rigor, pero con buenas intenciones que se resumen en conseguir adeptos al flamenco. En 1926, seguramente fue un libro importante.
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