miércoles, 7 de mayo de 2008

Desde Gustave Doré (1832-1883) hasta el nacimiento de las vanguardias

"Alegrías", "La Argentinita" y "La Niña de los Peines" (en el sentido de las agujas del reloj) de J. Romero de Torres El flamenco no es solo cante, baile y toque. Todas las artes se han acercado a él alguna vez. La poesía es quizá la que más de cerca toca el flamenco. Está implícita en las letras del flamenco, ya sean coplas y poesías populares o poemas de autor. Pero también la escultura y, sobre todo, la pintura, han intentado plasmar la esencia del flamenco. Picasso, Sorolla, Julio Romero de Torres, Santiago Rusiñol entre los españoles o Henri Matisse, Gustave Doré, Francis Picabia y Robert Delaunay son solo algunos de los que han plasmado con formas y colores las expresiones y los sentimientos del flamenco. La búsqueda romántica de exotismo es el punto de partida de las primeras ilustraciones del flamenco. Gustave Doré (1832-1883), pintor e ilustrador de gran renombre, fue elegido para ilustrar "Viaje por España", un clásico de la literatura de viajes del barón Charles Davillier. Ambos recorrieron España realizando reportajes para la revista de viajes "Le tour du Monde" y Doré supo plasmar en sus ilustraciones escenas populares del baile, cante y toque que se hacía en las ventas, en los caminos y en algunos barrios de Andalucía. Músicos callejeros y flamenco itinerante son los protagonistas de sus dibujos –igual que Picasso años después-. Lo exótico y pintoresco de su trabajo no estuvo reñido con la meticulosidad y sus dibujos constituyen un reflejo de la España de finales del siglo XIX, a medio camino entre la Revolución Industrial y la forma de vida tradicional. El trabajo de Doré dejó además constancia del nacimiento de la escuela bolera y sus nuevos estilos, como el jaleo de Jerez, la Malagueña o el zapateado, que surgen precisamente en las reuniones del pueblo andaluz. Por los mismos años, el pintor impresionista Edouard Monet buscaba inspiración para sus pinceles en el tema español, tan de moda en Francia durante el Romanticismo. El resultado son sus obras "El cantante español" (1860) y "Lola de Valencia", un retrato dedicado a la primera bailarina de la compañía del Ballet español de Camprubí, que cosechaba grandes éxitos en el Hipódromo de París. Desde el costumbrismo a Julio Romero de Torres "Pepilla la Gitana" (Sorolla), "La Oterito" (Zuloaga) y "Lola de Valencia" (Manet) -sentido de agujas del reloj El Romanticismo dio paso al Costumbrismo, que también se fijó en el flamenco, pero con una intención distinta. Ahora lo que se busca es sobre todo el retrato e interpretación de las costumbres y de los tipos del país. Se busca la parte más lúdica del flamenco, que se convierte en estos momentos en la música que acompaña bodas, bautizos, reuniones, juergas… en definitiva, el lado más vistoso y anecdótico del flamenco. En esta tendencia encajan Manuel Cabral Bejarano, los hermanos Bécquer, Andrés Cortés o José García Ramos. Entre todos ellos destaca José Villegas, autor del que muchos han calificado como el mejor retrato de un artista de flamenco, el de Pastora Imperio. Junto a ellos, destacan otros pintores por los mismos años que fijan su mirada en el flamenco. Entre ellos se encuentra Ignacio Zuloaga (1870-1945). Atraído desde su juventud por los temas andaluces y taurinos, captó escenas de costumbres que retratan la España de la época. Y así se llega a Julio Romero de Torres (1874-1930). Es sin duda uno de los pintores más fuertemente asociado con el flamenco y los temas andaluces, sobre todo con sus mujeres. Creó su propio lenguaje pictórico y su propia estética, sin atender a modas ni cánones. Fue un artista muy creativo que representa el momento más interesante del simbolismo hispano. Es famoso sin duda por sus retratos de mujeres, a las que dota de una gran carga erótica y de una mirada profunda y misteriosa, y por sus retratos. Entre su numerosa obra destacan los de La Niña de los Peines y de La Argentinita. Tras Julio Romero de Torres, triunfan las nuevas formas que llegan desde el extranjero, sobre todo desde París. Esta influencia, tamizada por los pintores españoles, da lugar a dos escuelas: el Luminismo Mediterráneo –representado sobre todo por Joaquín Sorolla- y el Impresionismo Andaluz, con Gonzalo Bilbao y Gustavo Bacarisas a la cabeza. Y a medio caballo entre las dos tendencias, José López Mezquita. Todos reflejan costumbres y tipos flamencos, cada uno de ellos desde sus diferentes condiciones artísticas. El baile es el elemento que más se refleja, puesto que es el que más posibilidades ofrece. La sensualidad de los cuerpos, los ropajes y sus movimientos ponen de manifiesto un nuevo lenguaje pictórico que anuncia la llegada de las vanguardias.

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