martes, 23 de septiembre de 2008

Poema de José Toral

Flamenco
a Jan Van Genechten
Cuatro sigilosos callos
juegan a un ajedrez sonoro
recorriendo en solitario
trescientos veinte centímetros cuadrados
de ébano sagrado.
Cuatro yemas doloridas
pisan seis siglos de cuerdas y cinco uñas rasguéan
a compas insomne.
¿Quien dijo que esta prohibido el cante?
¿Y quien se quitó los zapatos
a la hora de bailar una taranta?
No fué el vino ni el olvido
lo que me hizo callar,
una siguiriya desbocada
cantada por una boca al rojo vivo,
me hizo callar,como hace callar el llanto de la resina
dentro del candente tronco de olivo,
cuando el fuego lo cubre del todo.
¡Oh, flamenco!
Tal vez tu inyectable fluido,
tu dulce flamígero almibar
se me introdujo mientras dormia...
y sin darme cuenta me llevaste
como se lleva a un niño de la mano,
por tus nocturnas catacumbas,
con pesadumbre y risas,con madera y tacon,
puños que se cierran y se abren,
me llavaste a tu gran sala,
donde tus difuntos se reunen por fiesta
jaleándole a quien por ella entraba.
En medio de la sala
un cipres cortado en finas láminas
le brilla un febril quejido,
el de sus futuros dueños
y en sus altas paredes
tres lunares de sangre dilatada
clabados sobre un tabernáculo.
Al final de la sala,
un niño me hablaba
con una aldaba en la mano
y de sus labios brotaban
trenzas de mimbre y escarlata.
Cuando abrí la puerta sin aldaba
ví el mar al borde del escalón,
escalón hacia lo entero,hacia lo azul.

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