Antonio Camacho Gómez
Desde el siglo diecinueve en que se desarrolla el flamenco en el ámbito andaluz que lo vio nacer, mezcla de formas musicales primitivas hindúes, bizantinas, judías y autóctonas, el interés que despierta en los poetas es tan variado como profundo. Su relación inicial con la escuela romántica se explica por que uno y otra exaltan en general la libertad y al individuo. No es extraño, pues que el romanticismo, decimonónico adopte teóricamente actitudes flamencas que culminan con Augusto Ferrán, creador de coplas flamencas con temática amorosa y de reivindicación social plasmada en los libros "La Soledad", de 1860, y "La pereza", de 1870, y Gustavo Adolfo Bécquer. Este tuyo tal influencia de lo jondo que se considera sus famosas "Rimas" como una perfecta conjunción del líder alemán y las siguiriya y el fandango andaluces. Son un modelo de ritmo y compás jondo y en ellas están presentes todos los elementos sensoriales que configuran miles de letras flamencas. El mismo Bécquer dice, luego de ofrecer su teoría sobre el cante jondo y su imbricación en Andalucía, que "la soledad es el cantar favorito del pueblo" en la región y que "cuando la guitarra acompaña a la soledad, ella misma parece como que se queja y llora".
Las letras del flamenco responden a las inquietudes temáticas que se reconocen como románticas, verbigracia el choque de la realidad y el mundo soñado, la exaltación de la naturaleza, el retrato de la mujer como algo inaccesible, el gusto por lo exótico, lo macabro y lo sepulcral y el fatalismo existencial. Así, el flamenco se va vistiendo de un ropaje que lo hará inconfundible y llamara la atención posterior de la denominada Generación del 98, en el plano poético, y la de intelectuales como Demófilo, Antonio Machado, que en noviembre de 1881 funda en Sevilla la Sociedad Folk-lore Andaluz, y cuyos hijos, los conocidos Antonio y Manuel, heredaron el amor paterno por el flamenco. Baste con citar, de Manuel, su libro Cante jondo, de 1912, del que el día de su presentación en Madrid se vendieron más de mil ejemplares, y de Antonio sus "Canciones", "Cantares y Coplas elegidas", libros repletos de flamenquería, aunque menos abundantes en arabescos y quiebros juguetones que los de su hermano Manuel.
No fue ajeno el arte que nos ocupa el padre del modernismo, Rubén Darío, como se aprecia en su obra "Tierras Solares", de 1904 "desgrarrón de luz andaluza", que influye en discípulos como Francisco Villaespesa, almeriense como yo, y Salvador Rueda. Este poeta malagueño fue un cultivador apasionado de soleares de tres versos o soleariyas, y de la solemne de cuatro, aunque fue la siguiriya la expresión formal que más lo entusiasmó, considerándola la estrofa más elocuente de la métrica española. De aquí que combinara versos de seis y once sílabas a la manera flamenca, de intensa sensualidad paganizante muy mediterránea.
Otro nombre prestigioso vinculado con el flamenco es el de Federico García Lorca, que capta como nadie la esencia de los cantes y que construye con esos materiales toda una mitología del pueblo andaluz. Son ejemplares al respecto sus libros "Poemas del cante jondo", de 1921 y su conocido "Romancero gitano", de 1927. Autor al que acompaña Vicente Aleixandre, premio Nobel, reflexivo y profundo, que encuentra en el flamenco el normal desahogo a sus inquietudes, como lo prueba el espléndido poema que dedicó a una bailadora granadina, María la Gorda, en la que vio el arte representado en toda su pureza.
No sin citar a Fernando Villalón, vanguardista y barroco a la par, con Latoriada; a Juan Rejano, granadino, con Lorca el más grande creador de metáforas e imágenes para algunos críticos: la "Antología de la poesía flamenca", de González Climent y el mucho duende de "Garganta y corazón del sur", de Mario López, cabe señalar que la llegada de la Guerra Civil repercutió en el flamenco con un cancionero más visceral que valioso. El clasicismo posterior y luego el enfoque de lo jondo como tema se rige como puente de unión entre las nuevas y las viejas generaciones. Expresiones de esto ultima lo son Félix Grande, Antonio Murciano, objeto de tesis universitarias; Caballero Bonald, que en Anteo expone cada uno de los estilos básicos flamencos, y muchos otros que harían demasiado larga esta relación.
En los dos últimos siglos la poesía española, entre los muchos temas que componen los registros más profundos de alma humana, ha estado signada, en forma de copia o de amplios versos, por el rico patrimonio del flamenco, un arte tan misterioso como complejo.
Flamenco
a Jan Van Genechten
Cuatro sigilosos callos
juegan a un ajedrez sonoro
recorriendo en solitario
trescientosveinte centímetros cuadrados
de ébano sagrado.
Cuatro yemas doloridas
pisan seis siglos de cuerdas
y cinco uñas rasguéan
a compas insomne.
¿Quien dijo que esta prohibido el cante?
¿Y quien se quitó los zapatos
a la hora de bailar una taranta?
No fué el vino ni el olvido
lo que me hizo callar,
una siguiriya desbocada
cantada por una boca al rojo vivo,
me hizo callar,
como hace callar el llanto de la resina
dentro del candente tronco de olivo,
cuando el fuego lo cubre del todo.
¡Oh, flamenco!
Tal vez tu inyectable fluido,
tu dulce flamígero almibar
se me introdujo mientras dormia...
y sin darme cuenta me llevaste
como se lleva a un niño de la mano,
por tus nocturnas catacumbas,
con pesadumbre y risas,
con madera y tacon,
puños que se cierran y se abren,
me llavaste a tu gran sala,
donde tus difuntos se reunen por fiesta
jaleándole a quien por ella entraba.
En medio de la sala
un cipres cortado en finas láminas
le brilla un febril quejido,
el de sus futuros dueños
y en sus altas paredes
tres lunares de sangre dilatada
clabados sobre un tabernáculo.
Al final de la sala,
un niño me hablaba
con una aldaba en la mano
y de sus labios brotaban
trenzas de mimbre y escarlata.
Cuando abrí la puerta sin aldaba
ví el mar al borde del escalón,
escalón hacia lo entero,
hacia lo azul.
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